miércoles, 23 de julio de 2014

Érase una vez una estrategia para una trampa descubierta

Cuando llegué a mi puesto de trabajo esa tarde, la pelota mobbinguera (como expliqué en el post Érase una vez unos compañeros con etiquetas), quiso hacer de las suyas, y aunque no tenía turno esa tarde, me llamó con claras intenciones de discutir conmigo (creo que esa tarde también tuve algo que ver en la caída del Imperio Romano, deberían quemarme en la hoguera y acabaríamos antes, ¡qué pereza de gente!) todas sus frases finalizaban con un: "¿A que sí?" Me llamó la atención este detalle: estaba intentando guiar mis respuestas. Eso era demasiado astuto para su cerebro, se necesitan al menos dos de ese calibre. 

Aquí había gato encerrado, el jefe tenía que estar detrás de todo esto, por tanto, agudicé mi oído. Estrategia 1: Observar, si algo te resulta raro, seguramente estés en lo cierto.

Por la acústica de la llamada, era evidente que tenía puesto el manos libres y eso sólo se hace cuando hay más de una persona escuchando, ¿en serio estaba pasando esto? No te imaginas lo que se llega a agudizar el ingenio cuando se está sometido a esta presión. Mientras la susodicha hablaba y hablaba, me vino a la cabeza que no sólo podía estar escuchando el jefe (cosa evidente) sino, que podrían estar grabando la llamada. Y si conseguía que yo cayera en su trampa y lo grababa, conseguiría la excusa para el despido procedente que quería ejecutar el lunes.

Tenía claro que mi respuesta iba a estar dirigida a él y no a ella, si él la estaba utilizando, jugaría su mismo juego. Sabía que él estaba escuchando y decidí irritarle de la mejor forma que sabía: Callar. Estrategia 2: Silencio.

Necesitaba ganar tiempo para idear mi respuesta, y mientras a mí no se me escuchara, no metería la pata. Por lo que dejé que hablara ella, que llevara el peso de la conversación y se liara sola, que se creciera. Como no conseguía su objetivo de que yo me alterara o negara sus acusaciones, se puso nerviosa y ¡se delató! 

Soltó todo lo que ella había ayudado para que esto pasara, supongo que fue su última carta para calentarme y hacerme saltar, ¡mira quién lo canta todo! Me sentía como en un patio de colegio en el que los niños se tachan de "acusicas", era una pesadilla estar rodeada de esta gente. Pero como la experta en mobbing laboral que me estaba convirtiendo a marcha forzada, no me dejé provocar. Entonces, hablé.

"Si le has dicho eso, entiendo que me quiera despedir. Sabes que estoy en mi puesto de trabajo, no te puedo atender" 

Y así colgué. Podría haber contestado mejor, sí, pero es lo que salió. Aquí había un complot en toda regla. Lo que intenté fue ser fiel a mi filosofía: Callar y asentir. Transmitirle al jefe que "entiendo que me quiera despedir" es la mejor forma de tocarle la moral, hasta con eso no va a poder discutir conmigo, ¡soy tan comprensible! Desconocía que se podía sacar de quicio a una persona desde la tranquilidad y la parsimonia. Increíble y muy cómodo, por cierto.

Estrategia 3: Tú siempre contesta con convicción, sentencia con tus palabras y no dejes que te repliquen, cuelga con cualquier excusa.

Ahora él tendría que buscarse otra excusa para despedirme y otra ayudante porque esta jugada no le había salido bien y era evidente que el teléfono no era su fuerte. Tenía todo un fin de semana para buscar una buena excusa de despido procedente. Una vez más, le di la vuelta a sus intenciones, y el que pasó un agobiante fin de semana fue él.

¿Y qué pasó el lunes cuando llegué al despacho a firmar mi despido procedente?



No hay comentarios:

Publicar un comentario